Por: Germán Laris
Una de las practicas de los alquimistas para unir los distintos elementos de la naturaleza, consistía en captar el roció, la operación mágica como tal, debería de efectuarse dentro de un espacio de tierra dónde no se haya sembrado nada, ni alterado por la mano del hombre.

¨Jugando con el viento¨
Oleo sobre tela (2018)
110 x 150
Sobre la tierra negra, representando la fertilidad, una serie de linos eran puestos para captar del aire esta esencia de agua celestial, que cristalizaba en sales, transformando el fuego presente en la humedad, la serie de metáforas, que ellos proponen de algún modo cuentan con un equivalente en la obra Jugando con el viento de Hirán Lomelí. Sus figuras femeninas son encarnaciones de las deidades que controlan los elementos, aunque tal vez sean demasiado humanas si seguimos sus gestos y actitudes a través del trabajo de Hirán Lomelí.
El autor edifica una existencia a través de la cual los caprichos de cada una de ellas revela su propia vida interior. En Jugando con el viento, hay una joven de rodillas mirando hacía el frente, el vacío de espectadores es una duda abierta a sus ojos, la otra acompaña el sigilo que ella manifiesta, observando el titubeo de su boca entreabierta, a punto de interrumpir el juego. Este ritual en vez de los linos que retienen la manifestación del roció, hace que las mujeres levanten telas de encaje sobre las que la envoltura del bosque puede ser apreciada por medio de la condición semitransparente del encaje.
La humedad de la imagen, es la transmutación real, el acontecimiento de la evocación activa, es lo que Hirán aporta generosamente, semejando a las frutas desperdiciadas rodando sobre el suelo.
