Karla Betancourt: «La Condición de la Belleza»

Por: Germán Laris

Un altero de elefantes pintados color rosa o las celebraciones delirantes de los elefantes en el sueño de Dumbo. Definen un deseo por perpetuarse en el espejismo que congrega el goce de la belleza. El circo social de los soportes publicitarios habita en la superficie de los otros para conducirnos a través de la seducción de los sentidos llevan a los seres a un juego interno de una fantasía compartida. Karla Betancourt deambula este espejismo de muñecas que pierden la cabeza y qué convierten sus cicatrices en una vía para acceder a lo bello.

Karla Betancourt
Karla Betancourt, de la muestra «La Condición de la Belleza»

El umbral perceptivo alterado por la sobre estimulación transfigura lo corpóreo para otorgarle la categoría de producto mercantil. La pintura del nacimiento de Venus con un 99 sustituyendo a la diosa. La extraña semejanza de Barbie y Marilyn Monroe radica en la brillante aura de su cabellera rubia. El oro sustituido por bananas atesora el consumo de lo que sea por medio de un montaje que destruye el entorno para edificar su valor de mercado. 

Karla Betancourt visualiza a la imagen de lo corporal a modo de un envase. Un recipiente socio cultural de las certezas que parecen darle razón de prevalencia a los valores impuestos por el consumo. Ser de una determinada forma para asimilarse un gusto momentáneo. Bajo dicha condición Karla Betancourt define aspectos de una esclavitud hacía un encantamiento que pretenden sea generalizado. La artista recurre a los valores estéticos del pop art. Mismo que estilísticamente adopta los recursos de la exageración cromática en un equilibrio envolvente. El contraste y las construcciones de logotipos que a través de su belleza reiterada buscan edificar su omnipresencia. En este sentido la artista ve a los fajos de billetes a manera de anzuelos que someten la voluntad. Crea una especie de naturalezas muertas o still life basadas en la coincidencia de latas averiadas entre pedazos de objetos reconocibles a primera vista. Pero cuya liga asocia el tiempo por encima del signo monetario y de la belleza artificial. En una de las composiciones de Karla Betancourt la cabeza de una muñeca universal besa un fajo de billetes en recordatorio al cliché del beso de Klimt. Absorbido en otros besos hasta ironizar entre lo emotivo qué resulta simulado y la traición frente a uno mismo. 

Un ser convertido gradualmente en afirmación de objetos que pueden comprarse. Pierde el dominio de su voluntad. Karla Betancourt extiende el juego de muñecas a lo interno. Desde esta perspectiva los tigres o elefantes son piezas de un circo empeñado en sorprender hasta un cansancio que destruye. Lo cual acontece vaciado de aspectos emocionales. 

La habilidad de la artista consiste en mantener vigente el encantamiento. Lo qué hace Karla Betancourt son comentarios al margen de las cirugías culturales que desarrolla. Va tomando contextos dispares y con un hilo invisible eslabona los tigres que miran de modo frontal de los que elimina los ojos sobreponiendo un letrero en el que el imperativo de brilla o muere. Sería un dispositivo corporal para la sobrevivencia en medio de una idea de lo bello acaso en una mutación que a ratos revela la fragilidad de quienes envuelven sus aspiraciones por medio de alegres superficies. 

Los elefantes son símbolos de las presas mayores. El cazador que adquiere objetos ajenos a la sangre y a su naturaleza de lo real. Reduce su calidad de algo distante a los reduccionismos mercantiles. Aquello que compra es un espejismo. Karla Betancourt hurga en la cascara de la publicidad para romperla. La recuperación del daño no es necesario. El reordenamiento en función de la belleza a modo de norma social; ahora edifica una piel renovada por la exactitud de las mezclas de color numerada, pintura o maquillaje. La diamantina convive a mitad de zonas lisas y refulgentes. Manifestaciones de un vacío amable. 

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