Por: Germán Laris
Las gradaciones de tonos en transición y la minuciosa textura de la piel humana resultan perceptibles en la lente. Las fotografías que nutren la pintura de Carlos Manjarrez toman en cuenta el transmitir con toda elocuencia estos valores visuales. Los cuerpos en una inmersión luminosa especifican sensaciones variadas.

Lo vivo confluye en el misterio de la mirada. Manjarrez suma a su reflexión el conocimiento de los fotógrafos del blanco y negro. Su modo de magnificar estas imágenes eleva al ser humano a una monumentalidad laborada tenazmente desde la construcción del oficio pictórico.
Transferir una no siempre asegura que el poder de los seres vivientes quede transmitido en imagen. La maestría de Manjarrez depura aspectos que podrían ser mecánicos, a través de una experiencia de intercambio de miradas y contemplación de una liturgia corporal. Las formas liberan la energía silenciosa la cual el pintor mezcla con elementos que pueden portar color y enfatizar la inmersión de los sentidos en los grises que transportan una luminosidad prodigiosa. El placer de lo sereno es una de las cualidades que Juan Carlos Manjarrez logra seleccionar apropiadamente. La elegancia de los cuerpos femeninos desnudos muestran de modo claro; una belleza esencial.

Juan Carlos Manjarrez © 
Juan Carlos Manjarrez ©
La dimensión de figuras y rostros de gran formato exigen al artista preservar la calidad pictórica. Convirtiendo a la fotografía en un medio para profundizar en la experiencia visual los efectos plásticos. Manjarrez elabora un modo propio de acercarse al realismo al magnificar sus aspectos constructivos, tal vez pase desapercibido a un primer vistazo pero el artista al descifrar la estructura de la imagen entrega al observador la limpieza y exactitud perfeccionada por la certeza de su pulso.
