Hiran Lomelí

Por: Germán Laris

Hiran Lomelí vuelve a la piel pálida casi transparente en un territorio de dudas o primeros aprendizajes. La gracia de los gestos y el error son algunos de los equilibrios a desmantelar por sus adolescentes. Hiran ironiza por esta aparente carencia de experimentación vital. Un tema subyacente a  través de sus obras será el de la inocencia fingida. A lo que asistimos acaso son a ceremonias montadas para santificación del engaño social. Las adolescentes actúan a modo de verdugos y victimas a las que la risa va a delatarlas.

Hiran Lomelí
Hiran Lomelí ©

Sus alegorías encarnadas de la adolescencia será el modo en que Hiran Lomelí va volviendo a las alumnas o hermanas casi gemelas en metáforas de aspectos presentes en cada persona. Sus figuras representan a la verdad desnuda y carente de algo inespecífico. En una sociedad deseosa por extender la adolescencia no a un lapso de edad. Si no a un déficit constante por completar experiencias y conocimientos. La falta de madurez comprendería otra de las vertientes que dan frescura a los personajes de Hiran Lomelí.

Las diosas en los jardines despojadas de la ropa, o en medio de la ciudad atienden a evidenciar lo incapaz del ser humano para sobrevivir al margen de la mentira de la civilización que pretendemos compartir. Las alumnas ordenadas en grupos terminan cambiando a las que juegan junto arbustos recortados y edificaciones del buen gusto. Hiran Lomelí despliega ironías a través de las apariencias demasiado evidentes. Las jóvenes no juegan a ser ninfas ni diosas, de pronto aceptan el placer de extraviarse en su mundo personal y el compartido con quienes juegan.

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