Por: Germán Laris
Dos Diablos pinta espejismos con el vapor que solidifica sus pinceladas graduales, la demonología ampliada por su imaginario transcurre bajo el terror meduseo hacia las visiones que tratamos de no confortar porque cambian a través de irlas pensando, los cuernos y ojos ennegrecidos multiplican su preponderancia y a instantes cuentan con un parecido a nuestros semejantes.

El ensueño abismal de Dos Diablos proviene de una infinita sed por huir a las clasificaciones que normalizan. Los alter egos con alas inútiles repentinas extremidades frágiles con la carnosidad de lo recién nacido entre el espanto de las sombras. El uso del color ejercido por Dos Diablos abunda en exquisiteces que si no fuera por las deformaciones anatómicas encontraríamos lo sublime reconfortante, no es así para shockear a los sentidos del observador que acaso rememorará algo insondable.
La fealdad serpenteante en la piel semitransparente e iluminada desde adentro, Dos Diablos remite de modo distante a un aspecto del horror cósmico de Lovecraft consiste en sugerir las propiedades y dejar sugerido en gran medida los alcances de las amenazas reinantes a través de los portales biológicos sobrenaturales. Las pupilas entre los pliegues de los dedos nos devuelven la expectativa de sospechar que hay espectadores renovados en cada ocasión, sobre el doble escenario sinceridad del horror es mutuo.



Las diabluras resultan en pruebas de ingenio la exageración de caracteres muestran a seres al margen de la evolución cuya jerarquía sonriente proyecta infiernos personalizados. El oficio de pintor surge del gusto y la alegría de Dos Diablos, mientras extiende su reino de inspiraciones para un mundo alterno enraizado en una gozosa eternidad.
