Por: Germán Laris
La dislocación del sujeto al lado de los signos de identidad impuestos serían algunas de las vetas visuales y de pensamiento que transgrede Enrique Oroz. La forma en que elabora su cuestionamiento han ido variando a lo largo de la iconografía ampliada por intereses personales chocando de frente con la realidad, de estos accidentes propiciados Enrique Oroz ha convertido en ejercicios de exploración. Mancha rasga o corta muestras superficiales de la cultura popular entremezclándose a los cuadros reconocibles del acervo de la historia del arte.

Para Enrique Oroz las imágenes de la pintura ya formulada son recursos de una memoria en común la cual permanece viva casi en la medida que la cultura la somete a una variedad de transformaciones, desde esta situación refiere a un arte que ha sido mediatizado y en su desplazamiento parasita interpretaciones alejadas de su origen o esencia. La categorización habitual de cultura de masas también invade al arte.
El tránsito para describir la mixtura de tejidos discursivos da lugar a instantes de vaciamiento que Enrique Oroz congrega en sus composiciones con ironía. Así anexa las estelas de cuchillos, botellas de líquidos de limpieza o bebidas alcohólicas, las cuales rivalizan con frascos de medicina dosificados y reproducidos para cubrir un rostro no siempre humano.
La marca de productos interpuestas al afán de autenticidad ilusoria de sus compradores devocionales, acierta en un gusto de Enrique Oroz por falsear la exageración cultural dedicada a los monumentos. Cualquier cosa monstruosa puede reclamar su representación por encima de la escala de quien observa, sin embargo, aunque parezcan personajes de las caricaturas terminan siendo payasos mártires de una religión por ser inventada. Enrique Oroz derrite la pintura por medio de plastas y gradaciones meditadas que confluyen para resultar removidas sobre la piel del soporte plástico. El desgarramiento convive con la superposición de elementos invasivos a través de los que Oroz indica puntos claves dentro de la lectura habitual de las imágenes.



Decorar con publicidad entre garabatos callejeros los cuales entraran al deterioro natural, son las trampas que intentan engañar al ojo. El pintor si bien no los clasifica al citarlos da apuntes de los residuos mentales que con los que el entorno real bordea nuestro imaginario, la polución de tipografías que conforme pase el tiempo perderán sentido aplica a los rostros y el nombre en el que anclaron su identidad perecedera.
