Por: Germán Laris
Las muñecas suplantando a las niñas y estas a su vez jugando con ellas en las prácticas de las rutinas hasta convertirse en mujeres, la cadena de eventualidades explorada por la artista Araceli Santana da seguimiento a las etapas de metamorfosis internas. La expresión de una especie actitud desencantada deriva de una constante dinámica poseída por cierta tendencia al vértigo existencialista.

El punto de anclaje en sus figuras reside a través del resplandor de su mirad, sus adolecentes transmiten un hartazgo qué las induce a renunciar a crecer o avanzar, Araceli Santana en la plasticidad resuelta teje nudos de pinceladas y las trenza para describir el gesto corporal concreto. La anatomía dibujada con la sensación revitalizante, además con una inquietud que extiende sobre los objetos que también los reaviva.
Sobre el sillón de las conversaciones los cuerpos amoldan su estado contemplativo, la conquista del espacio personal acontece despojados de instrucciones. Araceli Santana colma de un espíritu tal a sus personajes que resultan con una familiaridad e intimismo que irradia de modo implícito. Los secretos compartidos y sus cabelleras suavizadas por el caos, conjugan los vestidos de paseos que retornan irremediablemente a reincorporar a las niñas como piezas de una decoración casera.



Araceli Santana haciendo caso a la pintura en la potencia para situarnos a través de instantes para construir una forma de presente, donde las historias quizás a veces saldrán sobrando. Mira ahora e intenta no despertar a nadie.
