Por: Germán Laris
La experiencia de lo real es sometida a un escrutinio y discernimiento por parte de Jorge García Moreno, el fin que persigue no reside exclusivamente en la apariencia el artista cuestiona las trampas presentes que normalizamos de modo habitual. Desde los objetos personales o los abandonados así mismo los seres reconocibles o los que preservan su distante anonimato. Ellos sin sospecharlo siquiera son inductores de un simulacro que depende de cuánto omitimos de manera consciente y termina volviéndonos susceptibles al engaño.
Jorge García Moreno pinta un trozo de carne fresca con exactitud de quién intenta convencernos de sus bondades como elemento de consumo. El óxido de un automóvil abandonado llama a la memoria sensorial del tacto, y es precisamente el poder tocar convierte a las sensaciones en algo verosímil, Jorge García Moreno insiste en la pátina de polución y sombras la cual describe la energía larvada en las imágenes que envuelven por medio de un llamado sincrónico a nuestra observación de estas huellas sugeridas.
El brazo recuperado de una muñeca incompleta habla a través de la mugre que conserva. El artista incursiona en el paisaje de las edificaciones, y a su vez de espacios que remiten a trozos de calles o túneles no reconocibles. La formación de arquitecto de Jorge García Moreno explora el modo en que la capacidad para reconocer lo significativo ira diluyéndose conforme veamos más, esa es la razón de sus saltos temáticos; al parecer para Jorge García Moreno la inmediatez de la humedad de una dentadura describiría nuestra incapacidad para huir de la emboscada de lo real.



