Waldo Saavedra

Por: Germán Laris

Un juego de palabras entre sueño y sueno, escrito sobre una de las acuarelas de Waldo Saavedra ejemplifican la estrategia de un mimetismo que interpone las variaciones al campo interpretativo, de modo aproximado los viajeros descubren que lo cotidiano es trastocado al trasladarnos de los rudimentos diarios parecidos a los que contienen nuestra percepción de familiaridad. Rene Magritte describía a este cambio como un hecho poético de reinvención, validar dentro del realismo pareciera en el arte una de tantas legitimaciones, la obra de Waldo Saavedra pelea activamente para trascender el efecto de obligaciones tácitas. En el ejercicio pleno del oficio de Waldo Saavedra el crear es el núcleo que pone a girar los aspectos técnicos, incrustar la memoria y la subjetividad propia resulta indispensable. Las manchas nebulosas que describen cromáticamente una infinidad de superficies brota de una hábil pincelada, la monocromía oxidada o las inmersiones de un cromatismo absoluto pueden configurar en la construcción de sus atmósferas. 

La monumentalidad de los barcos que trasladaban esclavos africanos en compartimentos e incluso atados, es descrita en sus misterios por Waldo Saavedra, la zoología de los recuerdos encarnado en sujetos que portadores de una historia ancestral, deambulaban sobre el cosmos la noche de la esclavitud mercenaria. El sueño de las ilustraciones de capítulos históricos de piratería excavado por la imaginación del artista, pinta a piratas que en lugar de utilizar un sable usan un tiburón para defenderse. Los mapas poblados de una abrumadora cantidad de ejemplos de ingenio de Waldo Saavedra hacen sentir como inagotable sus visiones, los mundos posibles acrecientan sus causes.  En su obra titulada la fuente, el corazón es suplantado por una jícara de agua sobre el pecho de un esquema corporal de Jesucristo al cual acude una zoología que imita a los tatuajes sobre una piel yerma. Luego retomara la fuente en un mural y colocara en el vertido la imagen de una serie de escritores latinoamericanos. La complejidad y el detalle son invocados por medio del lance que representa el pensamiento de cada imagen. La avidez y talento de Waldo Saavedra entre el análisis metodológico superado por las intuiciones magistrales, no exenta el extremadamente laborioso trabajo del artista.

El enlace entre la vida y los objetos plásticos cuyo nacimiento queda plasmado en una presencia tangible, en especial la obra de Waldo Saavedra provee de imperfecciones sensitivas. En el interior de una guitarra rota, sobre la madera traza un brazo, estos soportes directos o el lienzo desbordan sus elementos. La pintura como proyecto silencioso, su complejidad armoniosa permite que en esta torre de babel prodigiosa; los distintos lenguajes no sean un impedimento para coincidir. En El Ocaso de los Dioses… Filosofar a Machetazos, una obra donde la violencia de las ciudades pareciera un factor predominante, la involución de los proyectos civilizatorios pareciera tan monumental como esta pintura a la que el artista coloca una extensión con tierra aplanada en la base del lienzo, Waldo Saavedra coloca una serie de canicas que revela la huella fantasmal de la infancia en este sitio. Otro de sus proyectos producido a lo largo de una gran cantidad de tiempo fue el haberse planteado reproducir en imagen la narrativa de cien años de soledad, la novela escrita por Gabriel García Márquez. Los lazos y las raíces acuden a las historias que crecen simultáneamente sin advertirse mutuamente, sus murales son inmersiones en este conocimiento del absoluto que como artista ha logrado, no desprovisto de irracionalidad y desolación. La esperanza en las pinturas de Waldo Saavedra figura como un suspiro de sorpresa al entender las magnitudes entre las que media de nosotros existencia, de la inmediatez de una mancha o la nube diluida sobre el cielo neutral que nos repele, adquirir esa consciencia de la grandeza es uno de sus muchos hallazgos.

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