Por: Germán Laris
El pintor Pablo Picasso durante la realización de su serie de Minotauromaquia hizo varias referencias a las batallas del ruedo taurino, la alegoría del héroe que intenta vencer al toro, en el imaginario de la isla del rey Minos lo hacía con el Minotauro. La emotividad de la leyenda subyace en el inconsciente, la pulsión de aquellos que advierten la cercanía de la mortandad sabe que la fiesta corresponde a una alegoría de los límites de la presencia vital. Carlos Vargas Pons envuelve a la mujer con una bandera simbolizando una suerte de representación sobre la caída, o de acto de consciencia el cual únicamente es posible a través del ser experimentado de modo directo.
En la pintura titulada el fin de la fiesta, Picasso pinto el momento en que el toro hiere a el caballo y de este salen las vísceras, esta escena de emergencia es pintada como un choque simultáneo, Carlos Vargas Pons integra otra capa a la lectura, por medio de la que describe la sensación de pérdida de control de manera sutil. El desprendimiento del yo surge de transmutaciones aíslas en la consciencia, la condición de espectadores nos reúne alrededor de un orden de cosas, ese que interpretamos desde el sitio de nuestra perspectiva. La confluencia de discursos plásticos relativiza los anclajes del estilo, Carlos Vargas Pons habla de la pintura como espejo móvil frente a una inabarcable objetividad sobre la existencia. El fin de la fiesta va a señalarnos que; morir en medio de la fiesta reitera el riesgo de la contingencia permanente.

“El fin de la Fiesta»
Óleo sobre tela
149 x 238 cm
