El viaje hacia las sombras

Por: Germán Laris

Los personajes de Javier Campos Cabello miran de frente al espectador, en medio de la evidencia de haber sido acorralados por el presente. El artista era consciente de que la carga histórica desfilaba por el filtro de un sinfín de interpretaciones, la efigie personal de los sujetos que construía configuraron su huella de autor, de modo adyacente  su exigencia para que la autonomía de sus imágenes fueran sistemas cerrados, con una serie de correspondencias, compensaciones, antítesis, triangulaciones tautológicas, dependerán de una gradualidad y estrategia sistemática para a través de localizar estas tensiones entrar en el juego propuesto. Acaso de pintores como Rembrandt va a extirpar tal herramienta teórica, y es que, si bien Rembrandt comienza con narraciones bíblicas o retratos, gradualmente sus ilaciones narrativas resultaran cimentadas por un uso del claroscuro para distribuir ponderaciones, zonas neutrales o cualquier otro aspecto plástico, Rembrandt fue esquematizando al destacar puntos focales que estimulan visualmente en ocasiones prescindiendo de cualquier argumento. A Javier Campos Cabello este impulso de la pintura y de un valor puro, va a encontrarlo en Francis Bacon el misterio esencial del goce de mirar abriendo la mente a sensaciones no codificadas.  

Los solitarios en su ecosistema de muebles y vestimentas para reconocerse, colocados en un plano intermedio de una temporalidad dependiente de la incidencia de la luz que curte sus cuerpos. Las pieles verdes emanan de un moho estancado que, alejándose de la sequedad, están privilegiando hacer surgir de su decadencia en un renacer de las cosechas porvenir. El modo de representar al Dios Osiris que reinaba en el inframundo para los egipcios, era con el traslucido efecto de una epidermis que lo caracterizaba. Javier Campos Cabello da vislumbres de los enigmas que confluyen dentro de las grandes ciudades, estos acontecimientos quedan soterrados, los rituales privados rondan del vaso de vino a la música de los clubes nocturnos en que van a refugiarse. El artista extiende una ficción cuya continuidad une varias escenificaciones, el relato enmaraña a seres que asechan de reojo acorazados por gafas oscurecidas por la indiferencia mutua, felizmente correspondida, por ello tratan de sonreír y conversan, aunque a momentos nadie siga la trama de sus delirios. 

Obras tales como la denominada Pintura por Francis Bacon aglutinaban un paraguas que, aportando una sombra artificial, cercenaban el medio rostro de una cara tétrica y con una sonrisa desafiante, un barandal circular encierra su actitud de espera, detrás del hombre la carne de una res abierta en canal mostrando la ausencia de vísceras, otorgaban la descripción urgente de la materia viviente, referencia directa a la tradición holandesa por representar una mercancía perecedera. En composiciones semejantes el propósito de Javier Campos Cabello por adoptar un lenguaje equilibrado es innegables. 

Las diferencias residen sobre los contextos, mientras que para Javier Campos Cabello la representación sintetizada convendría de volverla palpable, este formato a escala casi real y tener presente la relación ergonómica de los sujetos al lado de objetos determinados.  Las conexiones de gráficos, lazos, cableados o líneas punteadas, mostraban un plan explicativo circulando de manera polivalente. Esto croquis sobre la imagen ya formulada correr el velo sobre un juego subyacente y posterior a una condición consustancial a la transcripción de las iconografías rumbo a un vocabulario constituido, Javier Campos Cabello lograría uno definitivamente propio.

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