Por: Germán Laris
La materia primordial del dibujante aspira a trascender el soporte haciéndolo incorporar las ficciones que el arte ha especializado, a través de la historia la principal de ellas es el realismo. En un autorretrato realizado por Paulina Goca los segmentos mueran fotos dispersas de entre su rostro y cuerpo, el ojo, el oído etc. Justo al registrar el reverso del antebrazo casi a la altura de la mano vemos las venas saltadas, que son testimonio de las alteraciones leves que experimenta el cuerpo al dibujar. Este breve acontecimiento individual demuestra que el realismo exige el observar conscientemente, para que al tomar un fragmento la narrativa visual sea un equivalente claro. En las caras que secciona Paulina Goca lo que reafirma es la capacidad de repetir de modo solvente la misma técnica en distintas capas de la imagen, el pintor Gustave Courbet entre sus hipótesis sobre cómo puede ser comprobada la calidad de un artista, él lo asociaba a el hecho de replicar cuantas veces fuera necesario una misma imagen. La manera de filtrar la transcripción fotográfica por parte de Paulina Goca atiende a una modalidad inventada en sus bases por Man Ray, la solarización, técnica que consiste en un velado parcial durante el revelado de la placa sobre el papel. La forma en que tal fenómeno de accidente controlado lo realizan, deja contornos con alto contraste, restando medios tonos en los planos superficiales. Es una de varias metodologías de trabajo que Paulina Goca adiciona a sus dibujos, entonces no es únicamente el realismo a secas, hay una cantidad de recursos para complementar la expresión personal y enriquecer las posibilidades combinatorias.
El carboncillo, el grafito directo o en polvo, frente al papel abordados sin pericia son sólo materiales comunes, Paulina Goca nivela el pulso para extraer de la ilusión óptica aspectos reflexivos. La disección de los reflejos produce una directriz de ordenamiento sistemático, sobre esos cortes la línea refrenda su condición de filamento descriptivo, al encadenar simetrías de rigor geométrico, la artista sigue preservando las referencias de identidad humana. En su pintura dedicada a “Los colores del Sabor”, de la serie colección de milenio, quien realiza las separaciones precisas es el carnicero, cuyo reflejo es atajado por una secuencia de proyecciones encadenadas a la efigie principal. El fondo y lo que es mostrado tienen un valor intercambiable, la certidumbre de cualquiera de estos reside en la intensidad con que son endosados entre sí. La suavidad conjugada de los espectros pone en duda si existe una materia subyacente, acaso la que surge en la mentalidad de los que miran y que por momentos confían en que eso puede ser verdaderamente real.




