Por: Germán Laris
Ballo Rébora tiene un talento de prestidigitador frente al bloque de madera, el artista convierte en óptima la integridad del material con el que demuestra una capacidad para sustraer metódicamente fragmentos precisos. Las paredes del bloque rectangular sirven referencia de vectores de las proporciones precisas, Ballo puede reproducir los rasgos de una familia completa en escultura, incluso de sus mascotas, lo singular es que al igual que la escultura egipcia o griega en que la aparente rigidez del retrato cede ante los elementos contemporáneos.
Las personas que representa en sus esculturas son sujetos que podemos encontrar en el entorno, y que sin embargo los destaca la singularidad de los aspectos individuales, a los que justo presta mayor atención. La certeza de su trazo sobre el volumen lo complementa al cromar las esculturas, con el pincel replica logos o los estampados de las prendas, no por un hiperrealismo predecible, su pulso contiene el compromiso de aclarar esa individualidad y no reducirse a las rutinas que pueda despersonalizar aquello que confronta en su análisis plástico. La calidez de la madera trasluce una presencia en un sentido integral, las gubias cincelan la tersa piel que definen la esencia corpórea, por ejemplo, en el retrato que dedico a el artista y martillero de subastas Paco de la Peña los lentes y el martillo logro recortarlos con delicadeza para que estos elementos significativos del personaje público lo volvieran inmediatamente reconocible, ha retratado a JIS o a amigos junto a su moto u cualquier otro reto que emerge de la madera. Las piezas sin pintar tienen ya ese halo que reanima vívidamente el realismo, por algo las esculturas de madera han sido contextualizadas en ámbitos devocionales, al aproximarnos a los seres cotidianos un espejo a escala imita la sensación perdurable con respecto a que consigan de modo repentino; respirar o sonreír.






