Sofía Martín: Emerger del ensueño hacía la consciencia cotidiana. 

Por: Germán Laris

En las representaciones pictóricas de Sofía Martín el valor de lo imaginario forman parte de los seres personificados, ella da un sentido de puente que asocia lo enigmático a veces escondido en lo demasiado evidente. Las telas sueltas que envuelven cuerpos remiten a una practica que Gustav Klimt realizaba de tiempo completo, el que la envoltura de la vestimenta sea externa o accesoria. El humor con que Sofía Martín reflexiona sobre las pretensiones de las formas aparentes, impulsa una estratagema lucida, las cosas regularmente no terminan derivando en lo que por lo general nos cuentan. La artista exalta o muestra como si fueran prótesis aspectos asociados al personaje que cuestiona, abriendo a la vista las paradojas e ironías que le sostienen dentro de la realidad. Su exigencia en la calidad del oficio vuelve estos desarrollos narrativos en presencias que fluyen, las mujeres obesas encontrando su propio atractivo evaden saltando por encima de las definiciones prejuzgadas. El cilindrero pendiente de las palomas y los zapatos de las señoritas, resulta oscurecido por el instante bajo el sol en medio del cual libera sus melodías. Las niñas refugiadas en disfraces o rodeadas de objetos que de lo cotidiano pasan a acompañar las escenografías espontáneas, Sofía Martín compensa la incomodidad con la ilusión de un orden pasajero, la autora reúne elementos intercambiables o efímeros al fin espejismos sobrepuestos. 

Las plantas y las mujeres sentadas comparten una metáfora en común que consiste en crecer las ideas en silencio, Sofía Martín construye una belleza sin justificaciones, imbuye a sus actores en atuendos para fabulas caseras. En su serie de la Paca, la artista pinta los estampados de ropas que por acumulación terminan siendo irreconocibles, llegan hasta cubrir el rostro de las modelos que al retomar lo descartado pierden de paso su identidad. Sofía Martín cubre el rostro de las jóvenes que replantean el seguimiento de la moda, al ir contracorriente son como especímenes dispuestas a ahogarse por propio gusto. Una pieza que puede oponerse a esta circunstancia que despersonaliza, resulta entonces su significativa la señora de las plantas, en que una mujer portando una maceta posa al lado de un bastidor sin tela sobre el caballete, de manera esquelética luce el oficio postergado, para la mujer que cuida de sus hojas y flores vivas, la corona vegetal enfatiza la soberana estatura de su reino privado. Sofía Martín encuentra la gracia que no siempre tiene que ver con el humor, en cambio siembra pensamientos al rededor de la dulzura malinterpretada, simultáneamente la autora narra sobre el asecho que torna a los ojos de los cerdos en esferas flotantes y a las bestias de corral en querubines de una divinidad farsante, lo sublime es acaso lo que permanece en cercanía con los sueños no revelados, ni siquiera descritos. La factura de sus cuadros recuerda a las acuarelas de Mariano Fortuny, quien vivió en la época en que las fantasías de medio oriente obligaron a la pintura a hacer verosímil los ensueños. Otra probable influencia es Andrew Wyeth cuyo padre fue ilustrador, en Sofía Martín el estructurar narrativas reaparece para luego enmarcar sus hallazgos a una suerte de anécdotas caprichosas.

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