Por: Germán Laris
El decoro constituido a través de las formas sociales contiene una fase ritualista, en las representaciones que José Parra procura el incidir sobre las fisuras probables de los discursos dominantes, sea desde la arquitectura monumental iconográfica, las vestimentas de los cargos de la nobleza y los reyes, la disciplina militar o de los guardias inclinada al juego, el artista va descifrando las características de un despliegue implícito en las formas con el fin de marcar ese cambio inevitable. El arte de tocar lo sagrado para humanizar su contenido es ejercido por José Parra con la delicadeza de ceremoniales al aire libre, fiestas donde los comensales actúan bajo el reinado de la complacencia de sus sentidos. Las ambiciones de conquista encarnadas en tortugas gigantes o cangrejos que transmiten paseos de consecuencias telúricas, puede compararse a las damas que por curiosidad visten trajes de la milicia para convertirse en la capitana u otros personajes de un rango inusitado. El impulso del deseo en sus infinitas variantes motiva las metamorfosis y las rupturas, por tal derivación los habitantes de una isla simbólica son extractos de un tareas civiles conscientes de que lo opuesto conduce a la ruina, mientras degustan un trago de vino el mundo suele desmoronarse.
La miel de la vanidad deambula en las escenas que José Parra contextualiza en un ámbito de la memoria bastante amplio, si bien la impronta de la subcultura del Steampunk matiza ciertos hallazgos, la inquietud de fondo concuerda con el aire virreinal, en que lo contemporáneo existe a modo de una extensión intermitente. La elegancia al igual que la idea de lo moderno surgen por medio de una aspiración sustitutiva, lo nuevo persiste en lo momentáneo a espera de la sorpresa de la siguiente etapa, el lujo atesorado en dichos términos deriva en un espejismo tendiente a sucumbir al abandono. José Parra ilustra un entorno de renuncias a objetos, edificaciones, seguramente hábitos para que bajo un encantamiento que surge de la inventiva de los celebrantes el renacer sea la bandera que los individuos eleven, los triunfos ociosos o que conciernen a la consciencia de quien los ejecuta.
Los bebedores de las bacanales no son muy distintos de las siguientes etapas de la cultura latina, el gótico o el renacimiento, este bucle registrado por José Parra busca el localizar resonancias internas del discurso, la sangre y el vino son siempre sagrados, la manera en que aterrizan resulta de la historia personal, de los estragos inherentes a la estructura sensorial de un rito de paso. La nave de la locura que durante una época fue la solución para enviar a los locos a un sitio al que realmente pertenecían, retomada por el autor tiene los matices que el Bosco propuso al respecto si los dementes verdaderos no eran los que quedaban en la tierra de partida. José Parra propone una locura necesaria y cíclica, la cual sin embargo sucede a pesar de no elegir el momento, la modernidad por citar un anclaje al concluir la industrialización acelerada añoro el retorno a la naturaleza. El pintor la muestra como una salida a destiempo, Parra hace que el pesimismo ceda a la certidumbre de estelas de destrucción no recuperables, las grietas son permanentes, nos separa nuestra incapacidad de reconocernos en una especie ya desadaptada frente a la tierra. José Parra alejado de la moraleja menciona con irónica actitud delante de acontecimientos irremediables, es casi seguro que toda catástrofe suceda incluso mientras estamos celebrando.




