Por: Germán Laris
Todo lo que tú eres y haces como una enredadera en las fauces del agua te disuelves para no quedar adherida con nadie. Tus pies lucen perfectos, en simetría el uno contra el otro, a partir de ese nivel te multiplicas a través de sensaciones dispersas. Hay una rama con la yema de tus dedos intentando conducir el presente, deseando ir a la par de lo instantáneo y aún así a placer desapareces por el fino contorno ondulante de tus costados. Un elegante trozo de muerte va a ser ofrecido de carnada para invitar a tus exhalaciones para materializarte. No es necesario que avances, si desde las orillas de tus incertidumbres te continuaremos pensando, es una ambición percibirte, fuera de las ropas normales.

Ningún tiempo resulta suficiente, para que encontremos nuestras almas, en el proceso diría que siempre, atravesamos sobre alfombras de espinas, que si bien no son reales, persisten a la mitad de tus pensamientos. No voy a dejar rastros que puedan seguir la sombra intocable de estremecimientos nocturnos, tampoco esperaré a que del día continué sacudiendo tus vestimentas, sin ayuda de mis avances. Puedes repetir un desfile de rutinas que terminen por transparentar los indicios de tu alma, acaso para invitarme a entrar cuando tu respiración elija realizar pequeñas pausas.
El agua te contiene y te deslizas sobre ella, mezclando las luces de tu cuerpo, mientras el resplandor recorta tu tacto que deambula a capricho. Hace horas que aguardo a que despiertes en medio de abismos simulados. Por más que la certeza de la lengua me acerque al borde de tu piel, la distancia reaparece en cada suspiro.
Allá en donde estás, eres tú misma en todo instante, toda aproximación es demasiado, ir hacia ti implica absorberse en el todo de un universo.
Cerca es suficiente de pronto, no añadir suspiros a las habitaciones donde lo que deseamos comprobar que lo espiritual resulta sensible. La escritura en tu piel reaparece cuando las uñas intentan retener, aquello que por vocación fábrica sombras. Nosotros siempre suena a demasiadas personas, tal vez por eso entre abrazos una importante labor consiste en irnos fundiendo, el uno contra el otro. No resta más espacio entre ambos que el peso de atardeceres silenciosos, escondidos debajo de cada botón que volvemos a poner en su lugar al final de violentas sesiones de te y galletitas.
Juntar todas las palabras, atarse el cuello con ramas secas, romperlas en el intento de flexionarlas, como cualquier promesa amorosa, realizada a través de una enorme torpeza. Hemos vuelto para aprender de los niños, pero ahora somos extraños y desconocidos, por más que el olvido trabaje. Nunca más encontraremos pretextos para dejar de ser lo que otros nos imponen con sus sueños, en una mezcla de afectos que termina por deformarnos por dentro.
Toda tú me envuelves, acaso entre las arterias nos escondemos, devorando muñecas y cuellos, mientras hacemos la gracia de hablarle bonito a quiénes nos odian en secreto. No vamos a dormir ahora, que las plagas han salido de paseo, tampoco hemos de bajar descalzos los pies de la cama, si es que deseamos seguir teniendo completos, para ser acariciados por un mar de erizos o de espumas calientes. No prolongues más la hora del recreo, que las agonías felices son para irlas despeinando según avanzan los ejércitos de rumores.
Podría decir que ya me tienes harto, sin acabar de conocer, claro que sería nuestra primer mentira, y eso por si mismo la hace especial, pero bien vale apostar por cosas absurdas, para reflejarnos en una fuente dónde la oscuridad va a reiterarnos otra multitud de simulacros.
Quién no te cubriría de besos en lugar de arrullarte, espero que una oleada de huellas digitales vayan escalando cada una de tus sensaciones. Que la lluvia de tu ciudad desborde tus calles, sin que haya cronistas de por medio, ni tablas de salvación para devolverse a buena hora a casa. No deseo volver si no es contigo, para ocultarnos bajo la mesa y cenar sin que nadie termine por enterarse.
No te seguiré ten por seguro, no iremos a dormir a la misma hora, ni menos daré impulso a que tus ocurrencias nos acaben de extraviar dentro de una idéntica habitación. Aún no hemos dejado de rodar el uno sobre el otro, enredándonos en cada vuelta. No quiero llenar tu cabeza de pensamientos sueltos e historias de venganzas ajenas.
Quedarse callado, justo en la puerta, cuando ensayamos, instantes previos a la existencia, la cual nos es concedida al ser mirados enteramente y durante horas. Nada se puede esperar de pie de forma eterna, sin advertir que nos iremos sumergiendo, sobre los tejidos de insectos cuya labor consiste en procurarnos una elegante mortaja. Viste con tus mejores zapatos que un día de estos, van a venir por nosotros y es seguro que no hallemos razones para permanecer unidos a la tierra.
Casi nada o acaso muy poco, un suspiro apenas a ras de los cristales, es como firmar con el vaho sentencias para que nadie las recuerde. Así con esa lentitud nos haremos a la costumbre, de evadirnos al despertar. No tendremos a otros para poder ir a contárselo, porque esos otros a su vez nos interrumpirán con sus propios cuentos, y con resignación nos morderemos la lengua, porque nadie intentará hacerlo por nosotros.
Esperemos a que termine para contar los pedazos, no con la idea de devolverlos a el molde original, que nos baste con olvidar de modo selectivo, aquello que merece ser convertido en polvo, así conforme pasan los minutos aceptamos empequeñecernos para huir de cualquier retrato.
De un lado a el otro extremo de lo real, con una indiferencia perfeccionada por accidente, tus manos ya no se detienen a investigar, la textura de los muros ni la de las vestimentas. Andar desnudos y en silencio parece lo adecuado, mientras nada frena los deseos, las ideas tienden a fluir de modo irrefrenable, aún con tu cabeza sobre el suelo y entre tus palmas, puedes recordar cualquier instante.
Te quedas como siempre inmerso en tus zapatos, con la esperanza de que el piso comience a absorber tu presencia, hundirte a la hora que sea y evitando dar motivos. Casi por lo regular no hablamos de cosas importantes, a ti te encanta que los demás desgasten las vidas que no les han sido anunciadas, ni siquiera por dormir junto a los gatos. La eternidad es una broma dedicada a personas sensibles, las cuales no tienen con quién desquitar sus malestares.
Hay quién olvida que esta de sobra ser amable, al menos con desconocidos que no dominan el mismo idioma. Lo que sea está bien, que dure un rato más, mientras no te despeine, y una a una las certezas que moldeaste en tus arreglos, no te conviertan en el salvaje que habita debajo de una multitud de adornos.
Acerquémonos a la par de la piel, muy callados, para no levantar sospechas de nadie aparte de la certeza de un nosotros que experimentamos en primera persona. Anudando los cuerpos, a palabras predecibles, a penas si trastocamos el orden que impone la rutina, casi estamos por convencernos, de que tan juntos ni una sombra ingresa, mientras sabiamente la lengua, aplaza toda forma de discurso.
Me llevaré los suspiros que ya no necesitas, los pondré luego a descansar sobre las ventanas serenamente dentro de un dibujo infantil. Espero no condenarte al hartazgo de respirar en voz baja, acaso durante las horas en que mezclas el calor endulzante de las despedidas.
Damos la vuelta dónde siempre, los gestos y saludos suenan programados, en el ir extraviando el sentido de las cosas, permite que aspirar a un comienzo sea indispensable, eliminando el peso de una eternidad impuesta.
Siéntete abrazada por el pasto que insiste en crecer, por encima de nosotros, hasta cubrir el paso de nuestras sombras. Suspende tu respiración para cuando llegue la fiesta de los insectos, y traten de arroparte con sus caparazones, el momento de la siesta acontece aunque Dios no sepa si es necesaria.
Sería encantador engañarte con quién sea si esa otra persona aceptara ser solo un placebo, un complemento alimenticio que de última hora permita arrojar memorias que no existen si no las repetimos varias veces. Los animales de rutina, han confiado por siempre en que el olvido les llegue entre uno de sus tantos bostezos.
Aprendamos a fingir juntos, que nada aparte de nosotros nos importa, que las tormentas mojen los accesos ajenos a sus viviendas, reinos de inmundicias repetidas involuntariamente. Acudamos serenos a disfrutar que mientras aprendamos a cultivar nuestra acción de indiferencia ensayada, ya no nos preocuparan los relámpagos, mucho menos los vecinos espantapájaros resistiendo hasta el final de las catástrofes.
Acariciar con suficiente tiempo todo aquello lo cual merece ser borrado, es una indecisión que nos carcome durante el ir de las respiraciones y el regreso de exhalaciones mecanizadas. Nosotros nos amamos por causas desconocidas, y será mejor que continúe de tal manera que no levante sospechas entre la servidumbre, esa misma que a través de las generaciones ha inventado la estrategia para gobernar sobre los dueños de esta mansión llena de ratones.
Intercambiemos collares y cadenas, tratando de mantener la mirada el uno contra el otro, con la obediencia a flor de piel, la propia y la cultivada para construir los ropajes. Se mía que desde antes ya te pertenezco, alimenta los temblores que eres tú misma extendiendo los latidos, a punto de mezclar el espacio de tu boca con el anhelo de aproximaciones complacientes.
Llegar tarde intentando que nadie lo haya notado, es uno de los juegos en los cuales el silencio apenas roto aporta el sentido de sus herramientas. Por ello de alguna forma descubrimos que los otros también andan fingiendo, cosas de las cuales no sabemos y que los destrozarían si aprendiéramos a leer entre sus dientes.
Ser muy sensible no asegura nada, podemos exagerar los gestos, agudizar las tendencias y encontrar luego de exhaustivas revisiones que dicha sensibilidad era un engaño para complacer a otros. En el polo opuesto; tal vez la indiferencia sea un modo de manifestarse generosamente, el cual aún no comprendemos.
No dejemos que el azar entorpezca a nuestros anhelos, vamos a ir justamente a dónde queremos tratando de que nadie allá afuera termine por arruinar la ternura que hay en nosotros. El tiempo ya repartirá las culpas para mantener entretenidos a quiénes lo merecen y no han encontrado felicidad en andar maldiciendo a desconocidos.
Usted siempre cuenta con algo para decir, aunque no aporte nada a la situación y omita los temas esenciales, después de todo la inteligencia es secundaría cuando lo que importa es comunicarse.
Alégrame con tus guiones de ama de casa la cual cocina con exceso de picante y condimentos, cosas que no requieren ni siquiera; un poco de sal. De ti es de quién deseo aprender a ignorar a los vecinos, mientras nos besamos desde la reja electrificada, con el gusto de unos principiantes adeptos en las artes oscuras.
En tu precioso vestido sucio, las historias de mejores días, son mentiras, igual que pretextos rebuscados para retenerte en medio de una cita que lleva al menos una semana cociéndose. No vamos a ninguna parte con la mente tranquila ni los corazones como papas rodando, arrepentidas de haber descubierto las leyes de la inercia.
El arrepentimiento es un anexo de la existencia, una prolongación insana de la renuncia a realmente ser uno mismo y en cambio conformarse con injertos de una vida mejor, libre de pecados, dónde las manos no requieren de ser lavadas porque siempre estarán limpias.
Aveces nos extraviamos sin mover ni un pie, lejos del otro. Nos hablamos al oído como una exhalación del mar intraducible, nosotros pertenecemos a tierras interiores, sobre las que la vastedad de los infinitos da giros hasta entremezclarse. Las sombras que traemos no son propias, advertimos que nos vienen siguiendo desde la última siesta. De pronto deseo tenerte en medio de las sábanas y nuestros brazos dudan en identificarse con las piernas, todo sucede tan despacio, que los insectos acceden a rebasarnos para conjurar lo distante del aburrimiento programado.
Aferrados cada quién a su silencio, nos complace hundirnos las uñas, hasta que uno de los dos rompa con ese pacto hacía uno mismo. De pronto no funciona morderse los labios o cambiar el argumento de los personajes, mientras queden cristales por ser quebrados por la cabeza, el influjo de lo musical, será justificado.
Aferrados cada quién a su silencio, nos complace hundirnos las uñas, hasta que uno de los dos rompa con ese pacto hacía uno mismo. De pronto no funciona morderse los labios o cambiar el argumento de los personajes, mientras queden cristales por ser quebrados por la cabeza, el influjo de lo musical, será justificado.
Obligarte a ser feliz no es entretenido.
Me parecería magnifico perderte de vista, no solo al cerrar los ojos o que te vayas a la vuelta de los sitios de siempre, cuando se trate de nosotros me gustan las cosas definitivas, de esas que ni un relámpago deshace y que no desgastan ni las lluvias de ranas.
Deseo decirte tanto, que eso solo es comparable con el barullo de las calles, decenas de conversaciones que presencias incapaz de asimilar sus contenidos, por lo mismo procuraré no decirte nada. Frente a tu indiferencia continuaré igual, con el fin de que percibas entre mis labios sellados, un cumulo de conversaciones aplazadas por simple prudencia
Nada tiene un significado perdurable, excepto las caricias que memorizamos, ellas prevalecen transmutando conforme intentamos reconstruir sus paseos sobre estancias conocidas, deambulamos repetidamente hasta ser parte de dichos laberintos.
Yo solo quiero que seas feliz, con gente que ni tú ni yo deseo conocer, pero que llegarán a tu vida, de modo inesperado y luego de eso pasare a la franja de las personas que has comenzado a olvidar.
Por tu insistente ausencia, he tenido que suplantar tu sensación de presencia, con el caos de tus plantas que invaden a capricho buena parte de la casa.
Deseo aprender a través de tus silencios, de la nulidad que obsequias sin haberte siquiera enterado, nada nos une, dado que tu indiferencia carece de toda intencionalidad.
No tienes que decir cosas bonitas, que para eso he nacido, para complacerte a ti o a las señoras que te espían y hacen suyas cartas que ni sus maridos ebrios les dedicarían.
Déjame ser algo realmente especial en tu vida, por ejemplo un vendedor de dulces que te roba el cambio.
Decirte al oído aquello que solo habita en fabulas, para despeinarte sin haber tocado un botón de tu blusa, luego darte de abrazos para que permanezcas levantada durante horarios poco recomendables.
Entre tus silenciosos pensamientos, el reflejo de piel al despertar, descubre que enhebrar sueños es asunto de todos los días, que detenernos equivale a dejar de respirar. Hay aspectos esenciales, y nadie puede evadir el cerrar los ojos de vez en cuando.

Soberbia poesía del maestro Laris.
Me gustaMe gusta